Vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia. 1 Pedro 2:10
Aun después de un viaje cansador desde los Estados Unidos a Europa Oriental, el matrimonio estaba entusiasmado y emocionado de haber llegado a su destino. Ahora, en el orfanato en Rumania, caminaban con cuidado entre las frágiles cunas y los colchones en el suelo. La habitación tenía poca luz. Las paredes, el piso y los muebles distaban de estar limpios. El olor de una docena de pañales sucios saturaba el ambiente.
Al pasar por cada cama, un niñito levantaba la vista esperando recibir cariño. Detrás de cada pequeño rostro había una triste historia de abandono. Los ojos de la pareja se llenaron de lágrimas. Ya tenían cinco hijos varones, uno de los cuales era adoptado. Habían ido a Rumania para adoptar a otro niño. Les hubiera gustado llevarse todos los huerfanitos a casa, pero sólo podían llevar uno. ¿Cuál sería?
Luego la vieron, una pequeñita de pocas semanas. Sobresalía de entre todos los niños desamparados, como si Dios los hubiera impulsado hacia ella. Después de días de trámites oficiales, el matrimonio emprendió el viaje de regreso con su nueva hijita. La diminuta Andrea estaba completamente ajena al cambio milagroso que había comenzado en su vida.
Hoy Andrea tiene ocho años. Forma parte de una cariñosa familia cristiana con cinco hermanos mayores y dos hermanas menores. (¡Sus padres adoptaron a dos niñas más!). El cuidado y afecto que su nuevo hogar le ha brindado ha borrado el comienzo trágico de su vida. Y todo se debe a que su papá y su mamá la encontraron y se la llevaron a casa.
Todos tenemos algo en común con Andrea. Porque el pecado nos separó de Dios, llegamos al mundo solos. Fue como haber nacido en un orfanato. Necesitábamos desesperadamente que alguien nos cuidara. Entonces apareció Dios, no sólo para visitar, no sólo para dejarnos un regalo e irse, sino con el fin de llevarnos a su hogar para formar parte de su familia (Johnson, Devocionales para la familia.)
Este es el mes de los hogares misioneros y con la ayuda de Dios podremos fortalecer nuestros hogares, pues Él nos ha comprado con su sangre. Así como nosotros hoy gozamos de los privilegios de la salvación preparémonos para que llevemos el mensaje de Esperanza a otros hogares que no conocen a Dios. Hoy es el día para que vayas a esos hogares y cuentes lo que Dios ha hecho en tu vida.